Tarradellas marcó la historia de Catalunya. Fue uno de los fundadores de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y ocupó varios cargos antes de convertirse en el presidente de la Generalitat en el exilio en 1954. Su vuelta a Barcelona fue vista como una victoria de la resistencia política catalana tras casi cuatro décadas marcadas por la dictadura de Franco.
El regreso del president en el exilio, tras unas duras negociaciones con Adolfo Suárez, simbolizó la recuperación de la Generalitat como institución de autogobierno de Catalunya y el triunfo de su tozudez por conservar la legitimidad democrática de la institución durante el franquismo
La elección anómala de Tarradellas
Cuando Tarradellas fue nombrado president en el exilio nada hacía pensar que pudiera ejercer el cargo en Catalunya. Josep Irla, fatigado, dimitía en 1954 como presidente de la Generalitat. Hacía casi 15 años que ostentaba el cargo. Desde octubre de 1940. Con las instituciones de autogobierno destripadas en el exilio, la selección de un presidente no respondió a ninguna elección, sino a la aplicación de la legalidad. Como Irla había sido el último presidente del Parlament, después de la ejecución de Companys, el cargo de presidente de la Generalitat le correspondía a él. El automatismo no se repetiría. Serra i Moret, el único vicepresidente del Parlament vivo, ya podría reclamar. De nada serviría. Josep Tarradellas lo desactivó, él se haría con la presidencia en virtud de los cambios de reglamento.
Tarradellas, solitario contra todos
Mientras pasaban tristemente los años, el exilio político cada vez se parecía más a un museo de cera. Digno, pero decadente. Se acumulaban polémicas estériles y esperanzas perdidas, se sucedían ministros sobre el papel o crisis en partidos desconectados de su sociedad de referencia. La guerra fría momificaba a antiguos gobernantes e instituciones del pasado. Cuando el franquismo obtuvo reconocimiento internacional en virtud de acuerdos sucesivos (con la Unesco, el Vaticano y EE.UU.), el viejo republicanismo quedó arrinconado al anticuario de la historia.
Estuvo en momento terminal cuando Josep Tarradellas fue elegido presidente de la Generalitat. Pasará un cuarto de siglo maniobrando para evitar convertirse en el hombre estático de mirada enloquecida de las figuras de cera. Él solo. Sin gobierno. Con dignidad.
Convertido en figura mediática
El 20 de noviembre de 1975 Francisco Franco murió. Josep Tarradellas tenía 76 años. Hacía 36 que vivía en el exilio, 21 que era presidente de la Generalitat. Ejercía el cargo sobre el vacío, pero con dignidad. Y cuando sólo habían pasado diez días desde la muerte del dictador, quiso fijar en público cuál era su posición. Defendía su planteamiento de siempre: la resolución de los problemas de los catalanes estaba indisolublemente unida a la Generalitat, es decir, a él mismo. “No aceptar esta premisa sería un fracaso para todos y representaría ser condenados una vez más a seguir yendo a remolque de ambiciones o ilusiones alocadas en que, como ha sucedido otras veces, solamente encontraríamos decepciones que han sido cruentas y hemos pagado duramente”.
En esta ocasión no se dirigió a los “catalanes”, como era tradicional, sino que se dirigió con una variante significativa: “Ciudadanos de Catalunya”. No era un cambio menor. Ahora la pertenencia a la nación no la vinculaba a la identidad sino a una noción de ciudadanía republicana. La paradoja era que los ciudadanos a quienes se dirigía no tenían ni idea de quién era él. Era presidente en el exilio, un anciano elegante y venerable.
Tarradellas, entre rupturistas y reformistas
Operación multifactorial. Así habría que explicar la operación de retorno de Tarradellas. Sólo la excepcionalidad de la transición –ambigua para ser pragmática– posibilitó que un acto de aparente ruptura con la mutación del franquismo en monarquía parlamentaria funcionara, simultáneamente, como un factor más de estabilización del reformismo político. Todo empezó con una carta del president en el exilio a José María de Areilza.
La reunión de Madrid
El 27 de junio de 1977 Tarradellas se reúne con el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, en Madrid. El president en el exilio le propone una fórmula para Catalunya. A través de las diputaciones crear una mancomunidad que se denominaría Generalitat. Suárez le dijo que no, no por haber un problema político, lo veía inviable jurídicamente. La alternativa de Suárez pasa por esperar a que se formen las Cortes, que se apruebe la Constitución y después una ley de autonomías, algo que rechaza Tarradellas. La reunión no acabó bien para el catalán, pero a la salida dijo a los periodistas que todo había sido “muy cordial y muy agradable”.
La máquina del Estado
De conformidad con la ley para la Reforma Política, el 29 de septiembre de 1977 se publicó en el Boletín Oficial del Estado el Real Decreto firmado por el Rey Juan Carlos en virtud del cual se restablecía la Generalitat de Catalunya. Hacía tres meses y dos días que Tarradellas se había entrevistado por primera vez con Suárez. Había sido, ciertamente, un verano de negociaciones intenso.
El momento del triunfo
Cuando hacía sólo cuatro días que el rey Juan Carlos había firmado el real decreto en virtud del cual la Generalitat quedaba restablecida, Josep Tarradellas se encontró de nuevo con los políticos catalanes. Museo del Castellet. Perpiñán, 3 de octubre de 1977. “Todo parece indicar que esta será la última reunión que celebraremos fuera del país”. Habían sido 38 años de exilio. 38. Se dice rápido. En aquella ocasión final se trataba de definir cómo se materializaría una ilusión colectiva: el retorno del presidente.
Calendario. Después de despedirse de las autoridades francesas, se trasladaría primero a Madrid. En la capital del Estado, ante todo, cumpliría con el protocolo: audiencias con el Rey, el presidente Suárez o los ministros (incluido el vicepresidente y capitán general Gutiérrez Mellado) y visita al Congreso de los Diputados. Naturalmente se alojaría en el Palace, “según la tradición de Macià y Companys”. Después, Barcelona. Llegaría, triunfal, el domingo 23 de octubre.
La hora del retorno, con las calles del Cap i Casal a rebosar, se produjo una auténtica reconciliación catalana en torno a la Generalitat. Nadie se podía sentir excluido. A conciencia, Tarradellas no se dirigió a los catalanes sino a los ciudadanos de Catalunya. Esta fue la virtud del “Ja sóc aquí”. Pocos segundos antes de pronunciarlo, algunos políticos se habían empujado y dado codazos para ganar una posición central al balcón del Palau de la Generalitat."
Ver: http://www.lavanguardia.com/politica/20171023/432299284509/40-anos-josep-tarradellas-i-joan-ja-soc-aqui-president-catalunya.html
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