Se
puede visitar 'Passatges', el monumento levantado por el escultor Dani
Karavan, que recuerda la figura del pensador e invita a la reflexión y
la memoria
Parece mentira que Walter Benjamin muriese en Portbou,
huyendo de la persecución nazi, en 1940. Y parece mentira porque ya han
pasado 70 años y su pensamiento, radical, inclasificable, asistemático,
sigue siendo fundamental para entender nuestros días. El filósofo nos
hablaba, nos habla, de la mercantilización dominante, de las nuevas
formas de conocer y aprehender, de la crisis de la experiencia histórica
tradicional y, todo, desde la curiosidad por el cine, la literatura, la
arquitectura, las artes plásticas o la música.
Escaparse un fin de semana de invierno a Portbou en busca de lo que dejó Benjamin, en el extremo norte de la Costa Brava y lugar de frontera entre Catalunya y Francia, es a ir a un no-sitio. No porque el lugar y su entorno no tengan todos los atractivos, que los tienen, sino porque hay allí, en estos días de frío y grises, una sensación de pérdida, de reflexión, de parada, de un reloj marcado, únicamente, por las olas que golpean acompasadamente las rocas. El pensador judío alemán tan sólo estuvo en el municipio 12 horas, pero ha quedado, tal vez simbólicamente, un ambiente que recuerda a los olvidados por la historia, por la opresión, un lugar de límite, sí, entre la memoria y la cultura. Un huella que se palpa en el horizonte.
Era el 26 de septiembre de 1940. Después de haber criticado con contundencia a los totalitarismos – y en especial a Hitler – Benjamin no podía resistir más. Las tropas alemanas se habían hecho con París y la huida era la única alternativa. No iba solo. Un grupo de refugiados, judíos la mayoría, viajaban junto a él con la intención de llegar a Portugal y escapar, desde allí, a Estados Unidos. Al autor de ‘La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica’ le esperaba Adorno.
España ha estado, y en muchos casos aún está, llena de silencios. Durante el franquismo, esta enigmática muerte era un secreto a voces pero, poco a poco, Portbou ha ido convirtiéndose en un lugar de peregrinaje. Así, anualmente, se convocan conferencias sobre su obra – normalmente, coincidiendo con la fecha del aniversario su muerte – y gente de todo el mundo visita el monumento ‘Passatges’ – nombre que hace referencia a la obra inacabada ‘Passagenwerk’ - , que el escultor Dani Karavan realizó junto al cementerio, donde también se puede visitar su sepultura. Actualmente, se trabaja para promover el ‘Centro Walter Benjamin de la Memoria’ y establecer vínculos con los diferentes centros internacionales que promueven la investigación y difusión de su pensamiento.
Walter Benjamin, conmocionado por el ‘spleen’ de Charles Baudelaire, se interesó por los pasajes cubiertos del París – hoy convertidos en centros comerciales de masas - y la ciudad del siglo XIX. Lugares del no-sitio, también, donde se podía deambular por la urbe sin estar en la urbe, fuera del tiempo y, casi, del espacio. Por eso es tan potente el memorial que Karavan levantó en 1994. Se trata de unas escaleras, cubiertas con un túnel de acero, que bajan desde la puerta del cementerio hasta dar con el mar, topándonos con una especie de pared de cristal en la que leemos, inscrito, un fragmento del propio filósofo: "Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre".
El trabajo de Karavan es un gran monumento, precisamente, porque no es monumental. Es una invitación para disfrutar del paisaje, y encontrase con el viento, para repensar el dolor que toda cultura lleva consigo, como herencia indiscutible. A ello le ayuda la plataforma que encontramos junto al remolino de agua y una vieja olivera que el mismo escultor mandó plantar.
Esta propuesta cultural, pues, podría parecer una inmersión en la tristeza. Nada más alejado. Es un canto al silencio, a pararse un momento entre tanto ruido, y a pensar que detrás nuestro hubo días y acontecimientos. No todos inocentes. Olvidar el exilio es dar la espalda, al mismo tiempo, a un presente complejo que debemos interpretar a diario. "La tarea de la crítica es el cumplimiento de la obra”, nos dice Benjamin. "La tarea del ciudadano es recordar todo aquello que hemos abandonado", deberíamos decir nosotros.
La ruta puede completarse paseando por los puntos donde el pensador vivió sus últimas horas: la estación internacional de ferrocarril, la comisaría de policía, o el lugar en el que estaba el hostal Francia, hoy desaparecido, donde finalmente murió. Si hay ganas - son unos siete kilómetros de camino que se hacen en cinco horas - se puede optar por la ruta transfronteriza de Banyuls, por la montaña de Querroig, imitando el camino originario que Benjamin siguió en su huida de la persecución antisemita.
Definir la obra de Walter Benjamin, que fue moviéndose de forma escurridiza, sin pertenecer del todo a ninguna corriente concreta, entre el materialismo histórico y el misticismo cabalístico, es tan arriesgado como imposible. Lo mismo parece ocurrir cuando se buscan los motivos reales de su muerte. Algunos dicen que se suicidó, otros que ingirió accidentalmente una sobredosis de morfina y no pocos piensan que fue asesinado por agentes fascistas. En este sentido, antes de disfrutar de la excursión, es muy recomendable ver el documental ‘Quién mató a Walter Benjamin’, de David Mauas.
De Portbou se sale relajado, pleno de una nostalgia tranquila, con ganas de afrontar la realidad con más fuerza que nunca. Sólo se pueden entender algunas cosas desde las fronteras, sea de los paisajes o del pensamiento. Sólo se puede recordar si se es valiente. Y tenemos la oportunidad de hacerlo muy cerca de casa."
Ver: https://www.lavanguardia.com/cultura/20110121/54104758304/a-portbou-en-busca-de-walter-benjamin.html
Fotos: Joan Joan Portabella
Escaparse un fin de semana de invierno a Portbou en busca de lo que dejó Benjamin, en el extremo norte de la Costa Brava y lugar de frontera entre Catalunya y Francia, es a ir a un no-sitio. No porque el lugar y su entorno no tengan todos los atractivos, que los tienen, sino porque hay allí, en estos días de frío y grises, una sensación de pérdida, de reflexión, de parada, de un reloj marcado, únicamente, por las olas que golpean acompasadamente las rocas. El pensador judío alemán tan sólo estuvo en el municipio 12 horas, pero ha quedado, tal vez simbólicamente, un ambiente que recuerda a los olvidados por la historia, por la opresión, un lugar de límite, sí, entre la memoria y la cultura. Un huella que se palpa en el horizonte.
Era el 26 de septiembre de 1940. Después de haber criticado con contundencia a los totalitarismos – y en especial a Hitler – Benjamin no podía resistir más. Las tropas alemanas se habían hecho con París y la huida era la única alternativa. No iba solo. Un grupo de refugiados, judíos la mayoría, viajaban junto a él con la intención de llegar a Portugal y escapar, desde allí, a Estados Unidos. Al autor de ‘La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica’ le esperaba Adorno.
España ha estado, y en muchos casos aún está, llena de silencios. Durante el franquismo, esta enigmática muerte era un secreto a voces pero, poco a poco, Portbou ha ido convirtiéndose en un lugar de peregrinaje. Así, anualmente, se convocan conferencias sobre su obra – normalmente, coincidiendo con la fecha del aniversario su muerte – y gente de todo el mundo visita el monumento ‘Passatges’ – nombre que hace referencia a la obra inacabada ‘Passagenwerk’ - , que el escultor Dani Karavan realizó junto al cementerio, donde también se puede visitar su sepultura. Actualmente, se trabaja para promover el ‘Centro Walter Benjamin de la Memoria’ y establecer vínculos con los diferentes centros internacionales que promueven la investigación y difusión de su pensamiento.
Walter Benjamin, conmocionado por el ‘spleen’ de Charles Baudelaire, se interesó por los pasajes cubiertos del París – hoy convertidos en centros comerciales de masas - y la ciudad del siglo XIX. Lugares del no-sitio, también, donde se podía deambular por la urbe sin estar en la urbe, fuera del tiempo y, casi, del espacio. Por eso es tan potente el memorial que Karavan levantó en 1994. Se trata de unas escaleras, cubiertas con un túnel de acero, que bajan desde la puerta del cementerio hasta dar con el mar, topándonos con una especie de pared de cristal en la que leemos, inscrito, un fragmento del propio filósofo: "Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre".
El trabajo de Karavan es un gran monumento, precisamente, porque no es monumental. Es una invitación para disfrutar del paisaje, y encontrase con el viento, para repensar el dolor que toda cultura lleva consigo, como herencia indiscutible. A ello le ayuda la plataforma que encontramos junto al remolino de agua y una vieja olivera que el mismo escultor mandó plantar.
Esta propuesta cultural, pues, podría parecer una inmersión en la tristeza. Nada más alejado. Es un canto al silencio, a pararse un momento entre tanto ruido, y a pensar que detrás nuestro hubo días y acontecimientos. No todos inocentes. Olvidar el exilio es dar la espalda, al mismo tiempo, a un presente complejo que debemos interpretar a diario. "La tarea de la crítica es el cumplimiento de la obra”, nos dice Benjamin. "La tarea del ciudadano es recordar todo aquello que hemos abandonado", deberíamos decir nosotros.
La ruta puede completarse paseando por los puntos donde el pensador vivió sus últimas horas: la estación internacional de ferrocarril, la comisaría de policía, o el lugar en el que estaba el hostal Francia, hoy desaparecido, donde finalmente murió. Si hay ganas - son unos siete kilómetros de camino que se hacen en cinco horas - se puede optar por la ruta transfronteriza de Banyuls, por la montaña de Querroig, imitando el camino originario que Benjamin siguió en su huida de la persecución antisemita.
Definir la obra de Walter Benjamin, que fue moviéndose de forma escurridiza, sin pertenecer del todo a ninguna corriente concreta, entre el materialismo histórico y el misticismo cabalístico, es tan arriesgado como imposible. Lo mismo parece ocurrir cuando se buscan los motivos reales de su muerte. Algunos dicen que se suicidó, otros que ingirió accidentalmente una sobredosis de morfina y no pocos piensan que fue asesinado por agentes fascistas. En este sentido, antes de disfrutar de la excursión, es muy recomendable ver el documental ‘Quién mató a Walter Benjamin’, de David Mauas.
De Portbou se sale relajado, pleno de una nostalgia tranquila, con ganas de afrontar la realidad con más fuerza que nunca. Sólo se pueden entender algunas cosas desde las fronteras, sea de los paisajes o del pensamiento. Sólo se puede recordar si se es valiente. Y tenemos la oportunidad de hacerlo muy cerca de casa."
Ver: https://www.lavanguardia.com/cultura/20110121/54104758304/a-portbou-en-busca-de-walter-benjamin.html
Fotos: Joan Joan Portabella
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