“Ser faraón no era un chollo, no podía ni tener sexo cuando quería”
El
egiptólogo Josep Cervelló desvela los orígenes de la monarquía del
antiguo Egipto en la primera conferencia del ciclo vinculado a la
exposición del CaixaForum
Aunque 3.000 años parezcan una eternidad, el Egipto de los faraones también tuvo su inicio. Esta génesis no demasiado conocida ha sido la encargada de inaugurar el ciclo de conferencias organizado con motivo de la exposición ‘El Egipto de los faraones’ en el CaixaForum de Barcelona con piezas procedentes del British Museum.
A cargo del egiptólogo Josep Cervelló, director del Institut
d’Estudis del Pròxim Orient Antic de la UAB, este primer encuentro con
el antiguo Egipto se ha desarrollado bajo el cartel de ‘todas las
entradas vendidas’, una situación que se repetirá en las próximas
conferencias del ciclo, que ha coordinado la revista Historia y Vida
para celebrar su 50 aniversario. “El mérito de este éxito es de los
faraones”, bromeó Cervelló antes de entrar en materia y de dar la
bienvenida también al centenar de personas que seguían la conferencia
desde una pantalla en una sala anexa al auditorio.
¿Y por qué el mundo del antiguo Egipto genera esta expectación? No
hay una única respuesta a tal fascinación, aunque, sin duda, vale la
pena adentrarse a sus inicios para encontrar las primeras explicaciones,
tal y como hizo el egiptólogo catalán este miércoles en Montjuïc.
Para ello, rebobinó en el tiempo hasta llegar al 5.000 a.C,
época neolítica, cuando el valle del Nilo inició una economía de
producción basada en la agricultura y la ganadería, en la que la
sociedad todavía era igualitaria, sin jerarquía social. En ese momento
empieza a forjarse una cultura unitaria en el alto Egipto que acabará
imponiéndose en todo el país y que ya apunta aspectos identificativos de
la civilización, como el culto a los difuntos, el ajuar funerario, la momificación (aunque era natural, producida por la propia arena del desierto), e incluso la creencia en el más allá (tal y como demuestran los restos de comida encontrados en los entierros para garantizar la vida post mortem
del fallecido). Y todavía más: los cuerpos se enterraban con la mirada
hacia occidente, donde en época histórica se encontraría la entrada al
reino de Osiris. Sin duda, todo tiene su inicio.
¿Y por qué el mundo del antiguo Egipto genera esta expectación? No
hay una única respuesta a tal fascinación, aunque, sin duda, vale la
pena adentrarse a sus inicios para encontrar las primeras explicaciones,
tal y como hizo el egiptólogo catalán este miércoles en Montjuïc.
Para ello, rebobinó en el tiempo hasta llegar al 5.000 a.C,
época neolítica, cuando el valle del Nilo inició una economía de
producción basada en la agricultura y la ganadería, en la que la
sociedad todavía era igualitaria, sin jerarquía social. En ese momento
empieza a forjarse una cultura unitaria en el alto Egipto que acabará
imponiéndose en todo el país y que ya apunta aspectos identificativos de
la civilización, como el culto a los difuntos, el ajuar funerario, la momificación (aunque era natural, producida por la propia arena del desierto), e incluso la creencia en el más allá (tal y como demuestran los restos de comida encontrados en los entierros para garantizar la vida post mortem
del fallecido). Y todavía más: los cuerpos se enterraban con la mirada
hacia occidente, donde en época histórica se encontraría la entrada al
reino de Osiris. Sin duda, todo tiene su inicio.
Una vocación, la de egiptólogo, con la que “no contaban los antiguos
egipcios, que construían sus tumbas para que nadie las abriera”, ironiza
Cervelló. Fue el caso de la tumba 100 de Hieracómpolis, actualmente perdida, pero que se documentó al detalle. Gracias a ello, se conocieron las primeras pinturas del arte egipcio y, lo que es tanto o más importante, aparecieron representaciones de lo que ya sí sería un rey.
Así pues, en el 3.400 a.C ya se puede hablar del “inicio del estado
con un monarca que ostenta el monopolio legítimo de la coerción”,
concluye el egiptólogo. En esta tumba también aparece iconografía que
irá vinculada a partir de entonces a la figura del faraón, como es la
imagen del monarca con una maza en una mano mientras que con la otra
coge a enemigos vencidos a los que pretende masacrar.
En las tumbas de los reyes predinásticos irán emergiendo elementos
que perdurarán a lo largo de la civilización, como es el caso de la
primera escritura en la tumba U-j de Abidos. “Ya basta de decir que la
escritura nació en Mesopotamia, lo hizo simultáneamente en Egipto”,
advierte Cervelló antes de alertar sobre otro error recurrente: “no
siempre se creó por finalidades administrativas como se acostumbra a
explicar”.
En el 3.100 a.C ya se produce la unificación del alto y el bajo Egipto. Y también se conoce el nombre del primer rey de la primera dinastía: Narmer.
Ha llegado hasta nuestros días una paleta que lo representa con la maza
en la mano y golpeando a enemigos vencidos. La misma iconografía de
siglos anteriores y que perdurará hasta el fin de los faraones. Incluso
la reprodujeron los reyes griegos ptolomaicos. En esta paleta también
aparecen otros motivos que tampoco abandonarán a los faraones: la cola
de toro y el nombre de Horus del faraón. Luego se le añadirían hasta
cuatro nombres más hasta que quedan así definidos en la V dinastía.
A pesar de que la civilización egipcia, la primera de la historia con
un estado territorial, duró tres milenios, los primitivos símbolos que
identifican al faraón nunca se dejaron de lado y siempre se fueron
repitiendo, lo que servía para “legitimar a los faraones de las
dinastías sucesivas”, analiza Cervelló.
Estos faraones se regían en tres grandes principios. Uno era
el cósmico, ya que el rey se identificaba con el dios Horus, el halcón.
Como él, sus ojos son el sol y la luna y sus alas la cúpula celeste. Si
el faraón enfermaba o se equivocaba, repercutía en el cosmos. Es decir,
“no podía hacer lo que le daba la gana”, advierte el egiptólogo
desmitificando el poder absoluto que siempre se la ha dado teniendo en
cuenta una concepción marxista del término. “No era un chollo ser
faraón, debía cumplir con rituales diarios, incluso se dice que no comía
ni practicaba sexo cuando quería” y “si había carestía, la culpa era de
él”.
Otro principio elemental era el de la dualidad. Para que existiera
una armonía, debía haber un equilibrio entre los polos opuestos. Es el
caso de los dioses Horus (que simboliza el orden) y Seth (el caos). Esta
dialéctica se muestra en el plano territorial con la existencia de dos
egiptos: el alto (el valle del Nilo) y el bajo (el delta). El faraón
llevaba dos coronas que representaban estos dos territorios.
El tercer principio era el solar, cuya manifestación más
impactante son las pirámides y que representan la colina primordial (el
Benben) que se encontraba bañada por el océano cósmico (el Nun) y de
cuya cima partió un ave (el Bennu) que se convirtió en el sol. Las
pirámides buscaban la trascendencia del faraón, ya que le permitían
“subir al cielo y unirse al dios solar Ra”, explica Cervelló. Unas
pirámides que no dejan a nadie indiferente, a pesar de los milenios que
nos separan. Por ello, el egiptólogo finaliza con un consejo: “Se tiene
que ir a Egipto una vez a la vida, como mínimo”.
Ver: https://www.lavanguardia.com/cultura/20180614/45102202407/faraon-conferencias-caixaforum.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario