13 oct 2018

07/01/2018 Tarragona. Plaçeta de Sant Joan

"Plaça de Sant Joan es una plaza del municipio de Tarragona protegida como bien cultural de interés local. 
Placeta muy típica de casitas pequeñas todas ellas encaladas, las más interesantes de las cuales son las de la acera izquierda, empotradas en la muralla romana. También hay una fuente de moderna construcción, en el muro del huerto del Señor Arzobispo, que se conoce popularmente como Font de la Pitja (o Pitxa).
En el siglo XVI estuvo situado allí el barrio del gremio de Mensajes y es por eso que recibe el nombre de
Plaça de Missatges.
Durante el pasado siglo, en Tarragona se vendía el vino por las calles y plazas y los vendedores voceaban sus virtudes, y además, llevaban un porrón a fin de que los compradores probaran su calidad.
En 1894, por orden del Ayuntamiento, esta actividad quedó concentrada en el ámbito de esta plaza que desde antiguo era habitada por los agricultores.  

El actual nombre se debe a la capilla votiva del Santo precursor que allí hay"

Ver: https://ca.wikipedia.org/wiki/Pla%C3%A7a_de_Sant_Joan_(Tarragona)

"En la plaza de Sant Joan, justo antes de la Baixada del Roser, hay una escultura dedicada a Juan Bautista. La concibió el arquitecto Josep Maria Monravà y la ejecutó el cerrajero Antoni Casellas, 1962. Una peana sostiene una cruz de hierro y tres farolas. Cuatro naranjos la rodean.
Parece que Juan Bautista fue un filósofo y agitador social que, en tiempos del emperador Tiberio, se revestía con pieles de animal para denunciar los abusos del poder. Dicen que llevaba una vida austera, y que comía frugalmente. Debía ser un hombre sarcástico porque, cuando le preguntaban: “¿Y tú, quién eres?” Él respondía “Yo soy la voz que clama en el desierto“, haciendo entender que quizás no lo escuchaban suficiente.
Isabel Baixeras"

Ver: http://www.tarragonaturisme.cat/experience/2013/05/06/els-tarongers-de-tarragona/?lang=es














"La Font de la Pitxa

Por Magí Aloguín i Pallach

Sólido

En el corazón de la Tarragona medieval. Adosada a la tapia meridional del patio del Palacio del Arzobispo y presidiendo con serena grandeza la Placeta de San Juan, se encuentra desde finales del SXVIII, la Fuente de la Pitxa, o de la Pitja (ver imágenes en la documentación adicional de este artículo).

Con una hermosa sencillez que le permite ser discreta, ostenta una modesta elegancia digna de ser admirada. El panel de ladrillo que lo enmarca, muy degradado, dibuja tenues líneas decorativas de pura tradición clásica. La cerámica, que de forma minimalista se distribuye en pequeños paneles geométricos, contrasta sabiamente, ayudando a prestarle el adecuado tono bucólico que nos hace atractivo un mero elemento utilitarista, de simple servicio público.

Por su época de construcción (finales del SXVIII), podemos decir que recoge la tradición secular del Ninfeo romano, conocido y divulgado especialmente a partir del Manierismo, horrible nombre con que designamos la etapa final del Renacimiento, posteriormente enriquecido por la exploración del tema a lo largo del barroco y el rococó.

Pero también precisamente por la datación, podemos descubrir el eco de un neoclasicismo que se avecina imparable. E incluso, si somos atrevidos, se detecta, gracias al tratamiento sentimental y juguetón de los materiales y cómo combinan sensualmente con la jardinería, un temprano vistazo de preromanticismo que, dentro del contradictorio panorama estético de su tiempo, no sería extraño.

La encontramos rodeada por una espesa mata de bouganvília que, indudablemente gracias a la colaboración anónima de algún vecino, presenta un aspecto luxuriante, una rotunda exhibición de verdadera jardinería vertical estilo país, versión smart sin pretensiones ni presupuestos aberrantes.

No iría mal a la fuente algún letrero explicativo, ni tampoco alguna intervención de consolidación y restauración inteligente que no estropeara por ejemplo las plantas. Y sería conveniente hacerla antes de que su decadencia esté tan marcada que pueda resultar tentadora la acción agresiva que, de la mano de la temible alianza entre un político frívolo y un diseñador pretencioso, estropee irremediablemente ese placentero rincón de serena y profundamente tarraconense belleza.

Líquido

Toda ciudad necesita disponer de agua. Tarragona, en estado natural, es bastante generosa con aguas contrariamente al prejuicio injustamente extendido de ciudad sedienta. Además del hoy famoso río subterráneo en Cova Urbana, donde se han descubierto captaciones ibéricas y romanas, no son raros los acuíferos superficiales fáciles de explotar. Conocemos varios: Junto a la catedral, bajo el Banco de España (antes “La Sínia”), en la actual Plaza de los Carros (antigua “fuente del puerto”), etc.

Pero la demanda crece con usos y expansión demográfica. Por tanto, hay que ir adaptando la oferta. Esto exige siempre imponentes esfuerzos humanos e inversiones del mismo nivel.

Nuestros Padres Fundadores, los romanos, grandes consumidores de agua por otro lado, ejecutaron importantes obras de suministro de las que conocemos abundantes testigos, incluyendo el formidable Puente del Diablo (Puente de las Ferreres en barceluñés).

También nos constan, de la Edad Media al Renacimiento, diversas iniciativas no siempre exitosas, de satisfacer de forma generosa la demanda de los ciudadanos. Una de ellas, la captación de agua de la Font de les Morisques en el Loreto, rematada por un elegante acueducto todavía intacto en algunos tramos, pero olímpicamente olvidado por los tarraconenses.

En el XVIII, los obispos ilustrados Santiyán y Armanyà, impulsaron a iniciativa y recursos suyos, una importante infraestructura de suministro que la sociedad tarraconense, mucho más activa y dinámica de lo que de nuevo el tópico nos ha hecho suponer, acogió con entusiasmo y entregada colaboración. Una obra compartida. Una obra social.

El técnico encargado de los trabajos fue el injustamente olvidado arquitecto Rovira. Él exploró literalmente la totalidad del trazado del canal romano del que formaba parte el Puente del Diablo (de las Ferreres en barceluñés), que captaba agua del Gaià aguas arriba del Puente de Armentera. Solo parcialmente se pudo aprovechar el canal romano. Para empezar, el Abad de Santes Creus temiendo acertadamente que una captación excesiva secara el río algún verano difícil, hizo presión para que se buscaran alternativas. Rovira acertó por completo al elegir el rico acuífero de Puigpelat, donde los maestros canonginos excavaron una mina de la que todavía mana, generosa, una considerable corriente de agua. El agua se traslada a la Ciudad aprovechando en parte el cuniculus (galería) romano, y en parte por un trazado nuevo. Un trazado fácil de detectar gracias a los cilíndrico sopletes que en tramos regulares se construyeron para facilitar la evacuación de burbujas de aire y asegurar así el camino del líquido.

En todo el trayecto, Rovira sólo levantó dos tramos de acueducto a la vista. Uno de ellos, muy corto, salva un barranco en Vallmoll. La otra, bien conocida por los tarraconenses, es todavía mayoritariamente visible desde la Oliva hasta el Paseo Torroja.

La distribución se realizaba con ocho fuentes de cierta presencia monumental destinada a hacer manifiesta al público la importancia de la obra. Fueron las dos fuentes de las escaleras de la Catedral, las del Portal de San Antonio, de la Pitxa, Plaza de la Font, Plaza del Forum, del Puerto, de la Plaza de la Aduana, las cuatro últimas desaparecidas. La obra de Rovira resultó impecable y todavía hoy en día sigue en pleno uso, si bien el agua que aporta representa apenas menos de un 1% del caudal total que gastamos.

A lo largo del XIX y el XX, la necesidad de agua se disparó gracias a los nuevos usos que el sistema económico y la nueva sociedad pedían a las fábricas, al ferrocarril y, muy a finales del XIX, también un poco gracias a la mejora de la higiene personal. Durante más de una centuria, Tarragona no supo estar a la altura para satisfacer la oferta del líquido vital. La relativa irrelevancia política y económica de la sociedad civil impidieron que se dotara de nuevas y potentes infraestructuras de suministro que, como el planeado y nunca ejecutado Pantà del Francolí, aseguraran la oferta durante décadas de crecimiento. La demanda, atendida sin la contundenia, osadía, inteligencia y seguridad que los Romanos nos enseñaron y Santián-Rovira-Armanyà nos confirmaron, fue bastante delante de la oferta, creándose así el mito destructivo para la nuestra autoestima de ser una ciudad de secano, sin agua.

El llamado Minitrasvase permitió, en la última década de siglo XX, reequilibrar adecuadamente oferta y demanda a favor de la primera. Pero usos y bocas han seguido creciendo y si bien la crisis (¡quién lo diría!) nos ayuda transitoriamente, ya podemos ir pensando en uno de los problemas de Tarragona de la segunda mitad de la década: La falta de agua. Con un nuevo desequilibrio entre oferta y demanda a la vista, con presión junto a la demanda de nuevo.

Miremos y admiramos la Fuente de la Pitxa y el Puente del Diablo (de las Ferreres en barceluñés). Así es como hay que hacer las cosas. Lo pudimos hacer y debemos ser capaces de devolver las veces que sea necesario. Arriba, Tarragona.mayoritaria
 

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