Hic sunt dracones'. O Aquí hay dragones, que viene a ser lo mismo. Lo que se utilizaba en el medievo para indicar territorios inexplorados o peligrosos en los mapas -vamos, terra ignota para seguir con los latinajos- podría usarse ahora en los planos de Barcelona. 'Hic sunt dracones'. Y muchos. La ciudad está copada de ellos. A poco que uno alce la vista se los encuentra. Encaramados en fachadas, cornisas y dinteles. Piedra, hierro, vidrio, ‘trencadís’… Incluso de carne y hueso, ahí están los dragones de Komodo del zoo. Grandes y pequeños. Con y sin santo. No en vano el patrón de Catalunya, Jorge de Capadocia, que en su haber suma salir vencedor del combate contra un dragón, siempre aparece con uno de ellos a sus pies. Lo dicho, 'Hic sunt dracones'. Los hay por doquier –desde el Pati dels Tarongers hasta la cascada de la Ciutadella- pero ninguno tan icónico como el dragón de la Rambla, con permiso del tritón de Gaudí que da la bienvenida en el Park Güell y el saurio que da forma al edificio que el genial arquitecto levantó para Josep Batlló en el paseo de Gràcia.
El que aquí nos ocupa tiene una paternidad más discreta, Josep Lomas, pero su privilegiada situación (emerge de una esquina de la Casa Bruno Cuadros, conocida como la Casa dels Paraigües por la mayoría de barceloneses) lo sitúa en lo alto del Olimpo de la popularidad 'dragonil' de la ciudad. Es de zinc pintado (aunque muchos piensen que es de hierro forjado) y en su día echaba fuego. Llevaba en la misma esquina desde 1888. Llevaba porque desde el pasado mes de diciembre su rincón luce vacío. Que nadie se alarme. Ni se ha desintegrado ni ha echado raíces en otros lares. Está en el planchista, que a efectos de las obras de arte es lo mismo que decir, en restauración. De ella se ocupa Quico Vez y su empresa Tres Ranas, que debe el nombre a la taberna que Leonardo y Botticelli abrieron en Florencia en el siglo XV.
Pues eso, el dragón de la Casa dels Paraigües necesitaba una puesta a punto tras 133 años oteando al personal desde la Rambla y unos cuantos de ellos sin llamas que echarse a la boca. "Por la edad que tiene está fantástico, le hemos hecho una buena limpieza y poco más", asegura Vez. El poco más es poner en solfa el cableado eléctrico que le permitía encender los ojos y la boca, que hace unas décadas dejaron de arder. Volverán a iluminarse en breve, en septiembre, cuando la Casa Bruno Cuadros deje de esconderse detrás del andamio que la cubre y los tres metros y 250 kilos de saurio vuelvan a su sitio. Regresarán él y los elementos originales de la fachada, también en proceso de restauración.
Cimientos de 1782
Vez y la arquitecta Inés Rodríguez han decapado el edificio y lo que ha emergido detrás de capas y capas de pintura es una fachada que nada tiene que ver con el color marfil y salmón que lucía hasta diciembre fruto de las rehabilitaciones vividas. Lo que asoma tras la intervención es la apariencia original, la que Josep Vilaseca proyectó en 1885 cuando Bruno Cuadros -comerciante de paraguas, parasoles, sombrillas y abanicos- le encargó rehacer el edificio para dar más solera a su tienda, la que ocupaba los bajos. Vilaseca, arquitecto ecléctico donde los haya, proyectó un edificio neoegipcio, monocromo, con una textura que imita la piedra cortada y detalles de color rojo en los capiteles, columnata y crestería. Elementos de inspiración faraónica que contrastan con la decoración completamente japonesa, también de Vilaseca, de la tienda, entresuelo y las panoplias de paraguas que visten la fachada y han dado nombre al edificio.Con todo, la recuperación más sorprendente es la de las desaparecidas pinturas que ocupaban los plafones situados a la altura del entresuelo, tanto en el lado Rambla como en el costado que mira a Cardenal Casañas del edificio. Imágenes japonesas con la firma de Vilaseca (uno de los dibujos originales lo custodia el Art Institute of Chicago) copiadas o inspiradas en las estampas ukiyo-e. Vez y su equipo están rescatando las originales, esgrafiados en los que el arquitecto plasmó japonesas ataviadas con el tradicional kimono reproduciendo incluso un error (o no). El caso es que las mujeres llevan el obi (el cinturón del kimono) abrochado delante, detalle que se supone que a Vilaseca (y al comitente, el señor Bruno Cuadros) le pasó por alto ya que en la cultura nipona indica que lo plasmado no eran damas sino prostitutas.
Los esgrafiados quedaron tapados en 1914 por otras estampas menos elaboradas y con una paleta de colores mucho más fría. Fue durante una de las muchas rehabilitaciones que ha sufrido el edificio, cuyos cimientos se remontan a 1782, cuando el pintor Manuel Tramulles, uno de los principales exponentes del barroco catalán junto con Pere Pau Muntanya y Francesc Pla 'el Vigatà', levantó su residencia sobre uno de los solares que dejó al descubierto la demolición de la muralla medieval en el portal de la Boqueria.
Publicidad en el espacio urbano
La rehabilitación de la Casa Bruno Cuadros (o Casa dels Paraigües) ha costado 172.000 euros que han sido financiados con lo recaudado con las lonas publicitarias. El uso del espacio urbano para anuncios está regulado por el ayuntamiento, que en el caso de las lonas para rehabilitación de edificios privados se lleva una parte del montante. En esta operación, de los 10 convenios firmados para tapar la fachada de la Rambla durante su recuperación, el consistorio ha ingresado 75.631,40 euros que ha destinado a la mejora del espacio urbano. Concretamente se ha intervenido en la fachada verde de los Jardins de Vilanova y las paredes medianeras de las plazas del 8 de març y de las Dones del 36."Ver: https://www.elperiodico.com/es/barcelona/20190806/restauracion-dragon-casa-bruno-cuadros-7577778
Rambla, 82 / Pla de la Boqueria, 1